viernes, 4 de enero de 2019

El ciego de mal oído ☔

En camino por esas calles por donde mis pasos resuenan al costado de la vereda. Acompañado del moribundo sol de la noche y mi sombra, somos tres. Decidí hablar pero pensando poco en las palabras de aquella risa que me arrastraron por la espalda y en camisa desgarrada sangra.

Hubiera sido igual, aunque anuncien las lluvias. Como un tonto herido, perdido y ciego, caminando a trastabillo en círculos en una calle recta. Nadie sabe, nadie me dijo cómo es y me quedo superponer la verdad que quise creer.

Los sabelotodo, unos tontos. Pero que haría yo en este mundo de rostros y sin preguntas, o sin las mías al menos. Un mundo en el que ser no dura sino instante en el que cada instante se vierte en el vacío olvidando haber sido, premiando memorias que junto a ellos se han ido.

Y esa risa ¿acaso no fue lo que sugirió? Si siempre mientes ¿cómo sabré quien eres? Ese es el juego de ser un caballero bien vestido con casco debajo de un sombrero. No hubo un modo, ni un punto exacto; te di todo y siempre me guarde algo.

Tan sumiso a tu seguridad, limitado a tu inseguridad. Escogiendo mis confesiones bajo tu mirada, eligiendo temas en esas noches en vela ¿Qué tan inútiles fueron? Regalar prosa y verbo a una risa que ahora que lo pienso, pudieron ser solo eco.

Buenas noches dichos como acertijos bajo el agua; debí suponerlo, no era más que otro adios. Que fácil fue engañar este bohemio sediento de calor por tragos de hielo.

No lo entiendo, pero me tendrías otra vez a tus pies ¿Quién me llama? ¿Qué me provoca? siguiendo el ruido blanco que señales evocan.

Te irías otra vez. Vas escogiendo tus palabras sin mesura, que me callen la boca y tiren de la montaña que con gusto y esmero volvería a escalar así como de quererte tanto. Podría como el vino, caer en el vicio de raspar mis rodillas y codos entre piedras, incluso de ígneas vivas, con tal de llegar otra vez a la cima.

Tal vez es que me estaba sintiendo solo. Si crees que apelaría, sí, lo haré. Al menos intentaré, trataré de escuchar esa risa unos segundos más, aunque esta vez se me ocurriría no ignorar que eres tú la que demanda. 

Tanta culpa tengo yo de quererte tanto, y conformarme con eso, por el pecado que resulta ahora decir te amo. Cada vez que pienso en ti, mis ojos rompen; y muy triste me pregunto, ¿por qué te quiero tanto? Si crees que me duele, duele, antes de recordar lo innecesario que es esto en el juego.

Innecesario lo que daría por recorrer tu cabellos entre mis dedos, por acariciarte y tenerte cerca. Escuchar tus oraciones y comprender mis errores. Cuando él te abraza con fuerza, cuando él te acerca, cuando dice las palabras que tú has necesitado oír; desearía ser él, porque esas palabras también son mías para decírtelas por siempre.

Aun ciego, ciego palpitando en mi esquina de siempre que siempre estuvo en aquel circulo. pensando, considerando por que en cambio tú simple dices, lo siento, no te quiero, y te marchas con la risa que tanto quiero.

La distancia que tomaré es la distancia de tus ojos. Te sentí triste ¿por qué deberías? tú no deberías preocuparte, si soy yo el que apagará estos sentimientos en un algún par de poemas escritos al dolor; y ahora que veo ¿acaso escribí alguna ves sobre o por amor?

Y es que todavía cuesta afirmarlo, pero si es por esto que miles de palabras aludieron a tu nombre, deletreos de armonía que ensaya mi inexperta mano, entonces me he equivocado.






No hay comentarios:

Publicar un comentario